domingo, 13 de julio de 2014

La agricultura familiar, clave para asegurar la soberanía alimentaria


La mayoría de los vegetales o frutas es provista por 3 millones de campesinos. A estos trabajadores vitales se los condena a la pobreza de sus minifundios




*Francois Houtart
El Ministerio de Agricultura Ganadería, Acuacultura y Pesca (Magap) organizó la semana pasada un taller nacional de definición de la agricultura familiar en Ecuador. Si bien ya hay definiciones para este sector de parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), o del Mercosur, era importante acercarse a la realidad nacional.
Tres millones de personas viven de la agricultura familiar en Ecuador. Ellos producen la mayor parte de la alimentación del país, asegurando así la soberanía alimentaria nacional. Este sector no está valorizado, al contrario, los pequeños agricultores, especialmente si son indígenas, son a menudo despreciados, considerados como atrasados, poco productivos y condenados a la pobreza en sus minifundios.
La iniciativa del Magap es el primer paso para definir políticas. De hecho, la realidad es compleja y diferente según las regiones (Costa, Sierra, Amazonía), y también según las nacionalidades indígenas que allí habitan. 
El enfoque exige una visión completa, ya que en el campo no solo se desarrolla la actividad agrícola, sino también otras, como las culturales, artesanales y de servicios, entre estas las de salud, educación y administración.
La agricultura familiar, campesina y comunitaria cumple con diversas funciones: autoalimentación, abastecimiento de las ciudades, protección de la biodiversidad, conservación de la calidad de los suelos y del agua por su carácter generalmente orgánico, regulación comunitaria del agua y organización de circuitos comerciales cortos. Cuenta también con una fuerte implicación femenina.
A finales de la década del 80, el Banco Mundial había fomentado los monocultivos de exportación como solución a los países del sur. Promovió también la contratación de los pequeños campesinos por las empresas nacionales o internacionales, con una sumisión completa a la lógica empresarial. Este sistema ignoraba las “externalidades”, es decir los daños ambientales y sociales.
Pero un cambio tuvo lugar en 2008, cuando después de una consulta de más de 400 especialistas, conjunto con la FAO, la banca llegó a la conclusión de que la agricultura campesina tenía un valor agregado superior a los monocultivos por sus múltiples funciones sociales, culturales y ecológicas. Una de estas funciones es asegurar la soberanía alimentaria.
Olivier De Schutter, antiguo relator especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación lo subrayó a menudo. El “desarrollo” no puede significar su perdida, como en el caso de Corea del Sur, que debe importar el 78% de su alimentación. Por otra parte, cuando se destruye el campesinado, como en Cuba con el histórico monocultivo de azúcar o en Venezuela con la renta petrolera de las décadas del 60 y 70, reconstruirlo con nuevas políticas agrarias es muy difícil.
Futuro del sector
Existen condiciones concretas que pueden asegurar la eficacia de la agricultura campesina. 
Una distribución equitativa de la tierra es la primera y se sabe que Ecuador tiene una de las situaciones más desiguales del continente. Una segunda es garantizar la producción con el uso de semillas propias, el acceso al crédito y la implementación de nuevas herramientas. La tercera condición consiste en favorecer la comercialización por circuitos cortos, transportes adecuados e infraestructura rural suficiente. Finalmente se trata de enriquecer la vida social y cultural de los pueblos y de las comunidades, única manera de responder a las aspiraciones de los jóvenes.
Desde luego, una reforma agraria no puede solamente consistir en una repartición de tierras, creando más minifundios.
Debe abarcar el conjunto de la vida rural, con sus dimensiones económicas, sociales y culturales. A estas condiciones, la agricultura familiar campesina podrá contribuir a la nueva matriz productiva, evitando la importación de alimentos y cuidando el patrimonio natural para el futuro. 
También, ella ofrece una solución para salir de la pobreza, haciendo de millones de personas, actores sociales y no solamente beneficiarios de bonos humanitarios.
En Ecuador la promoción de la agricultura campesina tiene posibilidades reales. Hay organizaciones de base, campesinas e indígenas, experiencias concretas (35.000 unidades de agricultura orgánica), mujeres campesinas e indígenas combativas, organizaciones voluntarias (cooperativas, asociaciones) y órganos gubernamentales (investigación, crédito, herramientas, comercialización), pero en las instituciones de este sector hay falta de personal, de medios y de apoyo político.
El Año Internacional de la Agricultura Familiar de las Naciones Unidas ofrece la oportunidad para que el país haga de la agricultura una prioridad. Eso permitiría en primer lugar revisar y limitar las actividades agrícolas que acaban con la biodiversidad, contaminan los suelos y las aguas, generan un alto nivel de emisiones de gases de efecto invernadero, disminuyen el empleo, aceleran las migraciones internas y externas, damnifican la salud de los trabajadores y de la población. 
En segundo lugar promover un nuevo dinamismo a una agricultura familiar campesina y comunitaria, todavía marginalizada, pero considerada internacionalmente como una solución de futuro.
*Profesor del Instituto de Altos Estudios Nacionales (AEIN)

jueves, 6 de marzo de 2014

Los huertos benefician a más de 46 mil personas

Conquito emprendió hace varios años la iniciativa de sembrar alimentos libres de químicos en los hogares. Este proyecto ha ayudado a miles de familias a solventar sus necesidades y ha fortalecido el trabajo grupal.

Las personas que participan de la huerta conocen técnicas para preparar el terreno. Cultivan papas, cebolla, acelga, etc. Foto: Álvaro Pérez
Las personas que participan de la huerta conocen técnicas para preparar el terreno. Cultivan papas, cebolla, acelga, etc. Foto: Álvaro Pérez
Redacción Sociedad
Pensar en la posibilidad de entablar un diálogo con las plantas, cuidarlas mientras se entona una canción que cale en sus raíces, brindar una caricia que robustezca los sembríos, parecen ser ideas descabelladas, pero para Martha Michelena no lo son. Esta mujer, quien cumplirá 65 años en mayo, expone toda su sensibilidad en el huerto del Centro de la Experiencia del Adulto Mayor (CEAM), ubicado en el casco histórico de la capital.
Ella junto a nueve personas más, todos de la tercera edad, visitan este sitio dos veces al mes durante 45 minutos. Más que comercializar las hierbas y verduras que ellos siembran, se dedican a consumirlas. “Los productos son sanos, no tienen químicos y no hay riesgo de ninguna enfermedad”, dice Mariana Martínez, mientras remueve la tierra donde están las lechugas y los rábanos.
En la capital existen 2.114 huertos urbanos y 664 microinvernaderos, algunos más grandes que otros, unos personales y otros comunitarios. Estos funcionan gracias al Proyecto de Agricultura Urbana Participativa AGRUPAR, de la Agencia Metropolitana de Promoción Económica, Conquito. Una iniciativa que contribuye a la soberanía alimentaria de la población con una vasta producción de alimentos orgánicos.
24 hectáreas se han ocupado para colocar los huertos citadinos en jardines, terrazas y terrenos espaciosos. En ellos participan niños, jóvenes, amas de casa, personas con capacidades especiales, comunidades religiosas, madres solteras, personas con alguna adicción. Todos son bienvenidos.
Con las manos en la tierra
Martha y Mariana han participado -desde hace años- de la siembra de papas, tomate de árbol, apio, papas, perejil y más productos. “He aprendido desde cómo hacer un repelente, una cama para poder sembrar, cómo deshierbar, conozco sobre las plagas”, explica Martha.
Hace tiempo que Bolívar Araujo se jubiló, y a raíz de ello también acude al huerto. Él es uno de los 46.101 beneficiarios directos del programa. Conoce cómo elaborar un abono orgánico, remover la tierra y prepararla para sembrar. También ha recibido charlas sobre el sistema de riego y el tiempo que necesitan los sembríos para dar sus frutos. Por ejemplo, la papa chaucha podría demorar hasta tres meses, comenta.
Esta iniciativa también fortalece la capacidad mediadora y participativa de las personas que conviven con la madre tierra. Así lo explica Pablo Ortiz, coordinador del proyecto La Huerta.
“En el CEAM, las personas comenzaron trabajando en el huerto y terminaron luego formando un coro. En el Centro de Arte Contemporáneo iniciaron con el huerto y ahora el grupo de mujeres tiene el restaurante La Pícara Juana. En el Museo del Agua, con la instalación del huerto se abrieron las relaciones de vecindad con la escuela intercultural de la zona”, agrega Ortiz.
Sin embargo, hay un segundo grupo de ciudadanos que han hecho de los huertos urbanos su principal fuente de ingresos. No solo disfrutan de la convivencia con la naturaleza sino que tienen un verdadero negocio con la venta de productos sembrados con sus propias manos.
Una venta muy ‘sana’
Reinaldo Ruiz tiene un terreno de 4.000 metros al sur de Quito. Hace seis años tomó un curso -durante varios días- en Conquito sobre la agricultura urbana.
Ahora es un verdadero comerciante. Cultiva y vende alrededor de 20 hortalizas. Además, alimentos andinos como la oca, mashua, mellocos y zanahoria blanca. El próximo sábado se ubicará a las 07:00 en la Cruz del Papa del parque La Carolina. “Aproximadamente saco entre cuatro y cinco cubetas llenas de alimentos para vender”, dice.
Ruiz, quien se dedica tiempo completo al huerto, comenta que hoy en día es más frecuente que las personas adquieran productos orgánicos, aunque sean más costosos. “La gente de a poco se va preocupando por su salud. Nuestros productos tienen un sabor diferente porque no hay químicos... Eso sí, los precios son más caros. Por ejemplo, el kilo del tomate riñón cuesta $ 1.50, en el mercado podría encontrar las cuatro libras a $1, pero aún así la gente busca lo orgánico”, explica.
Según datos de Conquito, los agricultores urbanos tienen al menos un ingreso extra mensual de $55 y ahorran alrededor de $72 por consumir los mismos productos que cosechan. Con la agrodiversidad urbana se ha incluido en la dieta más de 70 alimentos que se expenden en las bioferias. Se estima que 81.354 personas son beneficiarias indirectas.
Pequeños mercados
Hay 13 bioferias en Quito donde se pueden adquirir alimentos orgánicos. Las ventas inician desde las 07:00 hasta las 13:00. (Ver datos).
Javier Pulamarín, técnico agrícola de Conquito, explicó que además de dar capacitación a los agricultores, se los apoya para ubicar a los posibles compradores de sus productos. Es una manera de incentivarlos para continuar con los huertos. Según Conquito, al año se producen 200.00 kilos de alimentos sanos.
ALGUNOS DATOS DE INTERÉS
Existen dos tipos de huertos: los demostrativos que necesitan un mínimo de 6 personas para que funcionen, y los familiares en los que participa una persona.
Para tener un huerto en nuestro hogar se debe tomar un curso de agricultura orgánica en Conquito. El viernes 7 de marzo inicia el próximo taller de 08:00 a 13:00.
Una vez concluido el curso -que dura cuatro viernes- los técnicos proveen de semillas a los participantes.
Para tener más detalles puede ingresar a: www.conquito.org.ec
Hasta el momento, Conquito ha capacitado a 13.559 personas sobre la agricultura orgánica-urbana.
En un metro cuadrado es posible hacer un huerto para sembrar hierbas o productos como el tomate y el apio.
Los interesados en asistir a las bioferias pueden visitar las administraciones zonales de Calderón, La Delicia, Quitumbe, Eloy Alfaro (jueves y viernes). También la Cruz  del Papa (La Carolina), los parques Itchimbía, Bicentenario y Las Cuadras (sábado-domingo).